Pablo Albo
es
domador
de palabras.
Las somete todos los días a un
curioso
y exhaustivo entrenamiento.
Las amontona, las ordena así o asá, les hace hacer torrecitas, les redobla las esquinas,
les lima los adjetivos, les ajusta el punto de mira...
No es
un trabajo fácil, pero él se ríe muchos con los recovecos,
entresijos y vericuetos de las historias que terminan formando.
Y
sabe que por aquella
manía que tienen
de decir lo que callan,
de sugerir lo que no han
dicho,
las palabras en realidad nunca son lo que parecen.
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