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VI Festival de Narrativa Oral. Al
Calor de las Palabras
(febrero/marzo 2003)
Me
dijeron del artículo del número anterior, ese que hablaba de los
cuentos y los colegios, que estaba bien, pero se limitaba a decir
las cosas negativas, que también contando experiencias que hayan
funcionado se avanza en esto de la narración. Allá va una:
Se me pone la carne de gallina sólo de
recordarlo. La idea es tan sencilla... Un pueblo de calles
estrechas. La tradición de encender hogueras para festejar a San
Antón. Si parece que la fiesta haya estado pensada para que se
introdujeran los cuentos. Eso debió pensar Vicent Cortés hace seis
años, cuando puso en marcha este festival.
Una dinámica sencilla. A las ocho de la tarde, cuando ya se ha hecho
de noche y el frío arrecia, se encienden las hogueras y se inician
dos pasacalles con trayectorias diferentes por el pueblo (Chelva,
provincia de Valencia). La gente sigue a la banda y a esa especie de
osos amaestrados que parecen ser los narradores siguiendo al
organizador. En un momento se llega a la primera hoguera. Se detiene
la música. Se para la comitiva. O viceversa. Las llamas, ávidas de
historias, reciben a los parroquianos con chispas y cenizas
ardientes que caen suavemente sobre los cueros (cabelludos y de los
otros). Y empieza el primer cuento y se hace el silencio. Nada ni
nadie va a permitir que se rompa la magia de estar congregados para
imaginar. Y el público de todas las edades disfruta como niños, es
decir, como les da la gana. Pero en un absoluto y silencioso
respeto. Y acaba el cuento y empiezan los aplausos y luego la música
y echamos a andar. Hasta otra hoguera donde otro narrador contará
otro cuento.
Parece simple, ¿verdad? Comprendí muchas cosas. Nos encontrábamos
ante el hecho narrativo desnudo, en un estado de envidiable pureza.
No cabía más que narrar, nada de espectáculo, sólo cercanía. Sólo
intimidad, a pesar de estar en la calle y de ser muchos.
A mí me tocó tener la suerte de compartir pasacalles con Albert
Estengre, irónico y desenvuelto, Quico Cadaval, incombustible y
peludo, y Victoria Gullón, única y romancera. Pero sé que por otra
parte andaban Félix Calatayud, Raúl Vidal Jackeline de Barros y Pepe
Pérez y Paco Díez.
Me resisto a caer en el tópico del fuego. Pero fuego había. Yo que
nunca me he creído eso de las historias a la luz del fuego más que
como pretexto para ligar, debo reconocer que ayudaba mucho a crear
el clima. Aunque también echaban humo y chispas, a veces.
Después de echarnos de cenar nos llevaron en peregrinaje individual
por distintas hogueras. Solos ante los peligros. Ocho narradores
sueltos por el pueblo. Un pueblo prevenido y acogedor, reunido
alrededor de la hoguera y que reconocía al portador de las historias
desde lejos y le hacía un hueco alrededor de la hoguera. Costaba
despedirse de cada hoguera. La relación que se establecía era
certera, se creaban lazos de complicidad y sólo el argumento de que
debíamos seguir camino para visitar otras hogueras nos permitía
marcharnos. Y entre una y otra, recogíamos publico disperso,
despistado y foráneo que no tenían hoguera y andaban errantes por
las calles. De modo que al final en vez de un narrador era una
congregación.
Y por último, después de la Rondalla de San Antón (es decir,
después de que la banda de música recorriera las calles, mientras
los mozos se dedicaban a la ceremonia del empujón) el fin de fiesta:
Se congrega a los que quieran recibir la bendición de las palabras
de estos herejes que son siempre los narradores (ya que los animales
tuvieron lo suyo con el San Antón eclesiástico) y se cuenta en
recodos amplios de las calles estrechas ante los rescoldos de lo que
empieza a dejar de ser una hoguera. Cuentos cortos, ágiles No hay
que extenderse demasiado, que empieza la verbena y hay que dejar a
cada cosa su espacio y su tiempo y ahora le toca a la música y a los
amores.
Una celebración de la palabra única. Irrepetible, aunque anual.
Perfectamente integrada en los actos de la fiesta y en el pueblo que
con su entusiasmo le permite existir.
Quien quiera saber porqué crece la afición a escuchar cuentos que
acuda. Pero no se me amontonen que las multitudes ruidosas y
anónimas no caben en estas calles estrechas. Puede que ahí resida
una parte del secreto.
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