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La difícil y peligrosa tarea de contar cuentos en los colegios.
(diciembre/enero 2002-2003)
 

Existió hace muchos, muchos años, una raza de narradores que poseían la capacidad de ver no sólo de frente, sino también, y al mismo tiempo, por los lados. Se les conocía como narradores-camaleón por esta extraña disposición de los ojos, aunque eran incapaces de cambiar el color de su piel o de su ropaje. De esto hace muchos años, décadas quizá. Poco a poco fueron desapareciendo, aquejados de fuertes dolores de cabeza, o no, pero persistió la costumbre de congregar a las concurrencias en forma de semicírculo o incluso de circulo completo. Por eso aún hoy, cuando acudimos a los colegios a contar cuentos nos encontramos con esta curiosa distribución de los niños, que tan adecuada es para la toma de decisiones, pero que para una sesión de cuentos presenta varios inconvenientes, desde mi punto de vista, a saber:

a) Debido a que nuestros ojos están colocados hacia el frente, se hace necesario mirar hacia los lados para tener controlados los flancos. Ello conlleva un movimiento hacia la derecha y hacia la izquierda, pasando por el centro cada vez, que puede provocar varios efectos en los espectadores:

a.1.- Sensación llamada “de partido de tenis” en los niños. Esta sensación, aunque vista desde fuera es muy graciosa, al que la vive desde sí mismo, puede llevar a:
a.1.a.- Mareos
a.1.b.- Tortícolis.
a.1.c.- Dificultades en la atención.
a.1.d.- Ganas de levantarse.
a.1.e.- Otras.

a.2.- La mirada del narrador no es una mirada directa que se va desplazando plácidamente de una persona a otra, transmitiéndole una sensación de cercanía, como dicen que hacen los buenos narradores, sino que se convierte en la llamada “mirada del farero” que alumbra alternativa y periódicamente a un lado y a otro y que cuando termina de pasar, deja en la oscuridad a los que hemos mirado.

b) Es imposible tener una visión general de todos los niños al mismo tiempo. Se crean siempre áreas de incertidumbre, donde no sabemos lo que está pasando directamente sino por los ruidos, quejas y golpes que escuchamos de las zonas donde acabamos de mirar. Esto provoca:
b.1.- El narrador se descentra.
b.2.- Los niños también.
 
CONCLUSIÓN: La disposición en semicírculo es la de apariencia más democrática, por ello aconsejamos que se deseche, las apariencias democráticas no llevan nada. Nos deja descubiertos los flancos y crea zonas de oscuridad a la mirada del narrador que será aprovechadas por los corpúsculos que intentan atentar contra el acto que se está llevando a cabo, por medio de ruidos, movimientos e incluso peleas.
 
Este último punto nos lleva a plantearnos una pregunta: ¿Realmente es necesario el silencio a la hora de contar los cuentos? Toda pregunta lleva a una respuesta, hela aquí: SÍ. Parece una tontería de puro evidente, pero desgraciadamente no siempre se comprende. El silencio hace falta en:
 
I.- Público.
Si los niños no callan los cuentos se oyen peor. Esto no quiere decir que haya que someter a un silencio marcial a los infantes. Una participación activa es positiva. Hablamos de las conversaciones que se mantienen entre distintos individuos del público sobre temas que no vienen al caso.
Esto depende de varios factores:
I.1.-La actitud del profesorado influye mucho más de lo que el profesorado a veces comprende. No tiene nada que ver una sesión de cuentos en la que los profesores están activos e implicados en el acto que cuando se sientan por el final con cara de acabar de salir de una pecera.
Es de reseñar la grata sorpresa que nos hemos llevado en una campaña que acabamos de terminar por los colegios de Alicante en la que hemos podido comprobar que la inmensa mayoría de los profesionales se comportaba como tal, es decir, como profesionales. Siendo el segundo caso, es decir el de la pecera, tremendamente escaso.
 
I.2.- La calidad de los narradores y de sus cuentos y su capacidad para conectar con el público también influye. Mucho. Si los niños se aburren boicotean el acto. Por ellos aconsejamos que no se desarrollen espectáculos penosos, ya sea de cuentos, ya sea de otras cosas.
 
I.3.- El número de niños congregados. He aquí una de las claves. ¿Alguien duda que es más difícil mantener el silencio con quinientos niños ue con dos? Pues sí, hay quien lo duda. No voy a dar nombres para no crearme enemistades, pero déjenme proclamar a los cuatro vientos: ¡Por favor, no junten más de cincuenta niños! Hay veces que, con intención de que aprovechen la actividad el máximo número de niños posible, se congregan masas ingentes. En esos casos nadie aprovecha la actividad. Ya sé, ya sé que no se puede ser tan preciso y decir una cifra tan concreta. Mejor sería, sin duda, acudir clase por clase. Como a veces no se puede, quede plasmado que el peligro de que la cosa se desmadre es directamente proporcional al número de espectadores.
 
II.- Sala.
De acuerdo, partamos de la idea de que una sesión de cuentos no es una opera en el Liceo o en el Teatro Real. Vale. Pero merece el mismo respeto. Es más, es exigible. Parece una tontería, pero es muy difícil contar cuentos con una persona haciendo taladros en una pared, dentro de la misma estancia (me ocurrió, lo juro).
Mención especial merecen los espacios que son zona de paso. Paciencia, narradores paciencia.
De todas maneras, nunca debe olvidarse que los espacios que hay son los espacios de los que no se carece. Y hay que apañarse. No se debe culpar a las personas que trabajan en los colegios de la falta de espacio porque ellos también la sufren, pero ello no quiere decir que los cuentos puedan contarse en cualquier sitio.
 
III.- Alrededores de la sala.
Esta es la parte más difícil. Pasillos, patios y calles. En cierta ocasión oí un caso de un narrador que consiguió que se cortara el trafico de una calle, porque el ruido de coches, camiones, autobuses y carritos de la compra mal engrasados le impedía desarrollar bien su trabajo (pero era mentira). Lo mismo me sucedió con una narradora que consiguió influir en el horario del recreo porque el patio al que daban el aula era una generosa fuente de decibelios (también mentira). Y qué decir de los pasillos. Mira, de los pasillos no me apetece decir nada, pero a veces también se las traen.
 
IV.- Asistentes al acto
Hay personas que no son niños pero están en la sala. Estas personas piensan que son invisibles y que sus actos carecen de la capacidad de producir sonidos, pero están equivocadas. No intenten convencerles, será inútil.
Los profesores se distinguen fácilmente porque suelen ser más altos (aunque no siempre) y porque son los que mandan callar a los niños y se ponen a hablar con sus compañeros. No me parece justo decir lo que acabo de decir, sabiendo como sé que sólo un uno por ciento de los profesores se ajustan a esta definición, pero es que se les oye mucho más, créanme.
 
V.- Teléfonos móviles. Estos son los más fáciles de convencer. Sólo tienes que apretarles las clavijas en los puntos adecuados y se callan para siempre, hasta que su dueño quiera. Esta operación debe ser mucho más difícil de lo que parece o da más pereza o algo, no sé, nunca entenderé porque siempre suena un teléfono móvil. Importante: No es solución asesinar a la persona que no lo apagó, como es deseo del narrador en acto de servicio, es delito y en alguna ocasión ha sido el teléfono del propio narrador el que ha dado la nota.

Bien, y ahora que estamos acabando, empecemos por el principio ¿Qué es un niño? Podríamos decir que un niño es una persona de poca estatura y corta edad, que al parecer se puede amontonar de cualquier manera y protestará menos ante la falta de calidad del espectáculo, y se comerá lo que le echen (escénicamente hablando, claro). Yo, que soy quien ha hecho esta definición, no la comparto.
 
¿Y un colegio? El colegio es uno de los establecimientos que más niños congrega y a donde se suele acudir a contar cuentos para niños. Si dices “voy al colegio a contar cuentos”, no hace falta decir que vas a contarle cuentos a los niños. Tampoco haría falta decir que no le vas a contar los cuentos al colegio entero al mismo tiempo, si se comprendiera qué es esto de la narración. No voy a caer en la ingenuidad de definir lo que es la narración, por modestia y por prudencia, pero déjenme decir que es un hecho íntimo. Cuantos más niños, menos íntimo. Por tanto cuantos más niños, menos narración. Contar cuentos no siempre es hacer narración.
 
Evidentemente, esta retahíla de opiniones que acabo de soltar, son opiniones; contrastadas con otros narradores en muchos casos, pero opiniones al fin y al cabo. Pensaba yo que sería interesante contrastarlas con otras personas que se han visto en la situación de contar cuentos en los colegios o que trabajan allí de continuo... En fin que podíamos iniciar una especie de diálogo cuyo resultado podría quedar reflejado en un próximo artículo. Para ello pueden ustedes escribir opiniones, casos concretos que apoyen o contradigan lo que aquí se expone o cualquier otra cosa a pabloalbo@pabloalbo.com (declaraciones de amor y de guerra por favor déjalas para otra ocasión menos pública). Gracias.
 

 

 

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