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¿Cómo
llegan los cuentos a los narradores?
(abril-mayo 2005)
Por mucho que los narradores los busquen, son siempre los cuentos
quienes eligen la boca por la que han de salir al mundo. Aún así,
nunca llegó un cuento a nadie sentado en una piedra en medio de un
camino tomando el sol. Se dejan encontrar por aquellos que los
buscan o que los crean.
La búsqueda
La búsqueda no es “A ver,
dónde estaba ese cuento”. No es ir directamente al lugar donde se
encuentra “el cuento bonito”. Tú no sabes dónde está. No lo sabe
nadie. La experiencia te orienta un poco sobre por dónde empezar.
Sólo eso.
La búsqueda es leer y leer. Es desechar y desechar.
Es encontrar cuentos preciosos que te emocionan y que en un primer
momento quieres contar, pero al empezar a prepararlos te das cuenta
de que no funcionan en la oralidad.
Es darte cuenta de que el escritor te enamoró, pero sus palabras son
de tinta y tú las buscas para el aire.
Es encontrar una idea que tal vez puedas desarrollar.
Es leer y leer. Desechar y desechar.
Es encontrar por fin un cuento que parece que puede ser contado,
pero que viene envuelto en un papel y al quitárselo se deshace.
Es encontrar un cuento que habla de ti pero no llegará al corazón
del público.
Es leer y leer. Desechar y desechar.
Es encontrar un cuento que te enamora y que te dice algo y que
intuyes que también hablará al público: El trabajo acaba de empezar.
La creación
El trabajo de crear un
cuento parece, en cambio, más sencillo.
Es ir por la vida buscándolo.
Es estar atento porque sabes que viajan en los autobuses, que se
esconden tras la mirada de la panadera que te rozó la mano al
devolverte el cambio, que se metieron en el carrito de la compra de
aquella anciana que no arrastra solo verduras. También los hay, a
veces, en la tristeza de los ojos de los besugos que presintieron la
muerte antes de llegar a la pescadería.
Es verlo, al cuento, que se asoma por un instante y te vas corriendo
a casa o al bar, o a la playa... en fin, te encierras con él a solas
y te enfrentas con él, le acaricias, lo acorralas, le dices “venga
bonito”. Él, como si tú fueras un niño, dice “Cu-cú” y se esconde y
tú, que tal vez ya lo reconociste (al fin y al cabo viaja contigo
desde hace tanto...) intentas hacerle un retrato.
Es ver que te salió la nariz demasiado larga, que le atrofiaste las
metáforas, que no te quedó natural. En fin, que no era así.
Es recordar al doctor Bonfín diciéndole a don Seráfico “parir
duele”.
Es ver, otro día, que se aparece de nuevo tras una línea del
periódico y te dice: “Te equivocaste. ¿Ves?, en realidad yo era
así”. O tras una foto o una tristeza o una caricia.
Y empezar de nuevo, desde el principio, aunque por otro camino,
sabiendo que tú ya no eres el mismo.
Tanto si el cuento llegó a ti de la búsqueda o del parto todavía no
está listo.
La preparación
Es desnudarte un día,
aunque te da pereza, y mirarte en el espejo, después de semanas de
ahoravoyahoravoy. Luego asomarte a la ventana y decir: “¿Qué os
parece?”. Y también: “¿Qué os parezco?”. Es jugártela, porque al fin
y al cabo es tuya la carne de ese cuento.
Es probar ese cuento y ver que te equivocaste, que no funciona,
aunque tú le quieres (con las personas también pasa). Nadie te
pagará las tardes de trabajo y encima ahora cargas un desengaño más.
Es, a veces, acertar. Porque alguien lo escuchó y le dijo algo.
Porque alguien lo escuchó (pero no a ti, sino a sí mismo porque no
le hablaste de ti sino de él) y le llevó a otro sitio, a otro
tiempo.
Ese día metes un granito de trigo en el hatillo. Sólo un grano, pero
que te hace por un día inmensamente rico. No cabes en la Tierra (sin
pisar a nadie) y se te olvida todo el sufrir del embarazo.
Entonces empieza el trabajo:
El viaje
Viajáis juntos, se lo
presentas a los amigos, a tus jefes, lo vas educando, le limas las
aristas, le rizas el pelo, lo vistes bien.
Es pasar tardes y tardes lo mismo que el río con las piedras hasta
que se ponen redondas y brillan. Tardes y tardes.
Es ver como crece, como le salen las palabras de leche y luego se le
caen y se va haciendo todo un cuentecito y te planteas dónde meterlo
(en la habitación con los otros ya no cabe). No puede hacer la
comunión, ni llegar a rey, puede que sea feíto, pero es tu cuento.
Es ver que alguien se metió tanto en aquel cuento que ocurre en la
playa, que se llevó consigo el olor a mar en la camisa y al
explicarle a la pareja de dónde viene saltará el cuento de boca en
boca. Los cuentos son así, todo el día revolcándose en los labios,
disfrutándose, disfrutándonos. Y está bien así. Al fin y al cabo,
las bocas se hicieron para los cuentos y otras formas de alimentarse
o amar.
También es que alguien lo escuche y diga “mira que chulo, me lo
quedo, voy a usarlo”. Y le ponga un vestido de sevillana y lo enseñe
y cobre por verlo o hacerse fotos con él. Esa persona no escuchó
gratis. Esa persona no escucha, acecha. Esa persona se lleva consigo
una uña mía, me arranca un mechón de pelo, una tarde riendo o la
alegría de una mañana de domingo en la cama con Marta.
Muchas cosas las comparto con todo el mundo. Otras, con nadie.
Otras, sólo con los amigos. Los ladrones por favor no se acerquen
por casa.
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