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Para que padres
y madres no dejen nunca de contar cuentos. Cuentan que existe el peor narrador del mundo. No se sabe si es hombre o mujer, ni dónde vive, ni cual es su edad, pero se tiene la certeza de que está entre nosotros.
Dicen, además, que hay un cuento que es el peor cuento. También se ignora todo sobre él, salvo una cosa: se sabe que una noche llegó a los labios de la persona que peor narra.
Quizás parezca que semejante combinación provocó grandes catástrofes, que hizo daño a quienes llegaron a escucharlo... pero no fue así.
Saben, la persona que escuchó el peor cuento del mundo de boca del peor narrador del mundo durmió tranquila, soñó muchas cosas y al día siguiente lució una gran sonrisa mientras, en el recreo, le decía a un compañero: “Anoche, mi padre me contó un cuento”.
Podría pensarse que los niños que escuchan cuentos de la voz de un narrador ya tienen suficiente, pero no es así. Es cierto que, con nuestras historias, los profesionales intentamos hacer disfrutar a vuestros hijos, que se rían, que sientan, se emocionen y piensen. Eso es necesario. Pero los cuentos que de verdad importan, esos que guardarán como un tesoro, aquellos que recordarán toda la vida, ésos sólo podéis contárselos los padres y las madres. Y eso es imprescindible.
Cada vez es menos necesario decir estas cosas. Lo sé. Sé que día a día aumenta el número de personas que encuentran un ratito para dedicar palabras a sus seres queridos. Pero quizás haya todavía alguien atrapado por los interrogantes: ¿Dónde?, ¿cómo?, ¿cuándo? No somos dueños de las respuestas pero podemos dejarle aquí unas orientaciones, por si pudieran ayudarle.
¿Dónde? La narración es intimidad. Elige un sitio donde puedan tener lugar las confidencias. Un sitio recogido para bajarnos de este mundo tú y yo, sin darnos cuenta, montar en otro y volver luego. Narrar es viajar con alguien a quien aprecias. La narración es construir un mundo cada vez. Cada cuento contiene un universo por piezas que quien escucha monta, siguiendo las instrucciones de quien habla, mientras a su vez, también anda en lo mismo, aunque de otra manera. Para eso hace falta concentrarse. Sin darnos cuenta, estamos pendientes de tantas cosas al escuchar… Mejor un sitio donde podamos concentrarnos y seguir la acción observando los matices de lo que pasa. Que no nos moleste nada haciendo ruido. Que no haya una televisión de fondo, que se pone celosa y nos llama la atención para que la miremos a ella. Que no haya gente pasando. Si no estamos solos, los secretos no son secretos. Que estemos cómodos. Que el cuerpo no ande pensando cómo ponerse porque se le duerme una pierna o el culo se le pone frío porque está en el suelo.
¿Cuándo? Cuando venga bien y tengamos ganas, como hacen los dioses para inventarse la vida. Cuando apetezca a quien va a contar y a quien va a escuchar. No se puede obligar a nadie a disfrutar de algo.
Podemos preparar el cuerpo para el acontecimiento. Podemos hacer algo que le diga “abre las orejas y relaja los músculos que viene el cuento”. Puede ser algo tan simple como encender una vela o elegir un momento del día. (Ah, y no olvides que a los adultos también nos encanta dormirnos escuchando los cuentos de alguien que nos quiere)
¿Cómo? Como quieras. Cada persona tiene un narrador dentro que es de una manera. No hay dos iguales. Hazlo a tu manera. Narrar siempre es ser uno mismo, con su mirada, con su voz y con su cuerpo. “Ya, pero ¿cómo?”. Vamos por partes:
LA MIRADA La narración es sinceridad. La mirada nos une y nos conecta. Por eso es importante mirar a los ojos a quien contamos el cuento. Una mirada tranquila, sin violencia, amable, que invita, que acoge y que dice “estoy aquí, contigo” y también “es una persona quien te habla”, “una persona que te reconoce como persona”.
LA VOZ Además de lo que decimos es importante el cómo lo decimos. Un tono monótono suele aburrir y hace perder el interés, pero nuestra voz puede huir del blanco y negro y llenar de colorido cada palabra.. Narrar es sorprender. Simplemente con vivir con intensidad lo que decimos, iremos aplicando sin darnos cuenta variaciones en la voz. Hablamos deprisa cuando nos referimos a situaciones de peligro y más lento cuando damos las indicaciones para llegar hasta el tesoro. Gritamos, por ejemplo, cuando nos cayó un cuchillo en el pie. Y hablamos bajito bajito para no despertar al ogro que duerme. Variamos el tono según lo que decimos y así, expresamos urgencia o tranquilidad, resultamos imperativos o conciliadores.
La voz no se compone sólo de palabras. También los silencios cuentan el cuento. Juega con las pausas, experimenta. Son el espacio en el que resuena el eco de nuestras palabras. Narrar es hacer pausas. Cuando veas que cabe, calla por unos instantes y observa. Narrar es observar.
EL CUERPO Nuestro cuerpo tiene un poder expresivo grande. Tanto que una sobrecarga de gestos, en vez de ayudar, puede enturbiarnos la historia. No te fuerces demasiado. Es mejor ser natural que estar pendiente de moverte mucho tratando de “hacerlo muy bien”. La narración es naturalidad. El cuerpo conoce perfectamente su lenguaje. Las personas, no tanto. Por eso no debemos decirle al cuerpo lo que debe hacer, él ya lo sabe. Lo mejor es liberarlo, soltarle las riendas con las que lo atenazamos porque le tenemos miedo (recordemos que fue un caballo salvaje) y dejarle a él hacer, y disfrutar del espectáculo del que, además estaremos siendo actores sin tener que esforzarnos porque el trabajo lo hará él. Veremos como, sin esfuerzo alguno, las manos nos vuelan dibujando en el aire, o convirtiéndose en cosas; cómo las emociones se nos ven perfectamente en la cara aunque no nos demos cuenta; cómo agarramos, aunque no pensábamos hacerlo, a la princesa con los dos brazos para que no se escape y luego abrimos la boca hasta casi descoyuntarnos pensando en el dragón que se la come.
Bien, ahora que sabemos que la narración es intimidad, es viajar, es construir un mundo, es ser uno mismo, es sinceridad, es sorprender, es observar, es hablar y también callar, es naturalidad, podemos decirlo: La narración es sobretodo una actividad placentera. Por favor, cuando contemos cuentos que sea por placer. Olvidemos otras secretas intenciones. Es cierto que los cuentos, además de encandilar, animan a leer y enseñan y educan y tantas otras cosas, pero eso ya lo hacen ellos solos, nosotros sólo tenemos que estar pendientes de DISFRUTARLOS. Por encima de todo la narración es disfrutarnos.
(Este artículo ha sido elaborado a partir del dossier que Pablo Albo entrega a los asistentes a su taller “Aprende a contarme un cuento. Curso para padres y madres”)
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pabloalbo@pabloalbo.com 699 235 228 |