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Para comerte mejor.
Palabras por la Lectura

No recuerdo adónde iba, pero sí que paladeaba unos versos. Me gusta hacerlo. De niño chupaba regaliz por las calles; hoy rumio palabras. No hacen el viaje más corto, pero lo hacen más viaje. Llovía. De pronto, me asaltó una pregunta:

-¡Alto, esto es una pregunta! ¡Arriba las manos...! Bueno, mejor no las retires del volante. Pero no intentes hacerte el listo y contesta: ¿Para qué sirve eso de leer?

-Leer –me digo en cuanto se me pasa un poco el susto. Las preguntas no siempre son inofensivas, aunque la verdad es que ésta parece buena-. ¿Para qué sirve leer?

-¡Para comerte mejor! –contesta raudo el lobo feroz que siempre viaja conmigo. Tengo que quitarme la manía de hablar solo cuando voy de viaje.

-Calla, hombre. No te preguntaba a ti –le digo, aunque sonrío por dentro. La verdad es que tiene razón, pero no debe enterarse o se pondrá muy pesado. Además no tiene mérito, siempre contesta lo mismo.

-¡Ay, si yo supiera leer! –sigue él-. Léeme por favor.

Bromeando, le leo el primer cartel que pasa: “Caudete. 30 kilómetros.”

-¡Oh, Caudete. 30 kilómetros! ¡Qué bonito suena! ¿Cómo será Caudete? Me lo imagino azul y con peligros en el camino. Sí, eso es, lleno de cazadores o de leñadores o de leñadores-cazadores...

-Lobo.

-¿Qué?

-Sabes leer mejor que muchas personas humanas.

-Pero si yo no conozco las letras.

-Da igual.

-Ah –dice y parece reflexionar, aunque yo sé que no lo ha entendido del todo.

-Gracias –le digo.

-¿Por qué?

-Me has hecho pensar.

-De nada. Al fin y al cabo soy un personaje de cuento. Es mi obligación.

 

Miro por la ventanilla la lluvia que arrecia y en ese momento se pone a nuestra altura para adelantarnos un cartoné 20X20 de muchos colores (nosotros viajamos en un rústica bastante antiguo y usado). Es el inconfundible Winnie de Pooh. De ventanilla a ventanilla nos trasmite su mensaje:

-¡El mundo es maravilloso! No hay que pensar. ¡El sol brilla! ¡Todo es como un maravilloso arco iris muy rico de caramelo!

“¡Hasta aquí!”, pienso. Le hago un gesto a Lobo. Salta al vehículo del osito y lo destroza a dentelladas. Vemos que sólo era un envoltorio de papel relleno de billetes.

Lobo está pletórico. “¡Hemos acabado con él!”, dice.

-No cantes victoria. Te cargas uno y salen veinte.

Lobo detiene el vehículo de su víctima y yo aparco detrás. Escuchamos unos golpes en el maletero. Lo abro. Es Winny de Puh[1]. Por su trazo abocetado, se diría que es el original, pero no estoy seguro hasta que lo desamordazamos y dice:

-Me duele la cabeza. ¡Qué extraño! Juraría que he sido yo quien me he amordazado, maniatado y metido en el maletero –es el auténtico, no cabe duda.

-No, Winny, ha sido un imitador tuyo –digo yo.

-Ah. ¿Para qué hace falta un imitador? –dice él.

-Para nada –digo yo y me pregunto en voz alta: -¿Para que sirve leer a Winnie de Pooh?

-Para pensar que el sol ha salido aunque esté lloviendo –dice Lobo, casi con rabia, atrapado de repente por una especie de síndrome de Estocolmo raro para con su víctima.

-Pero eso es mentira. Mira, no ha salido el sol, llueve –digo yo.

-¿Y qué tiene Winny de Puh que no tuviera Winnie de Pooh? –dice Lobo.

-Literatura, Lobo, literatura –digo yo y le desconcierto.

-¿Eso qué es? –pregunta él.

-Es algo que nadie sabe muy bien lo que es.

-Ah –dice y trata de hacerme creer de nuevo que reflexiona.

           

Señalizamos el vehículo de Winnie para que nadie tropiece con él. Winny sube al nuestro y reemprendemos la marcha. La pregunta sigue con nosotros, flotando en el aire, vigilante. Cuando ve que pierde fuerza nos lanza los puntitos de sus interrogantes.

-Ay, –ha alcanzado a Winny-. ¿Para qué sirve leer? –dice.

-Hay gente que lee para aprender a leer, ¿te lo puedes creer? –digo.

-No me parece mal –dice Winny o Lobo.

-Ni a mí –dice el otro.

-Ni a mí, siempre que no se olvide que lo importante de leer no es sólo dominar la técnica de comprender las letras sino saber zambullirse en los paisajes que transportan.

-Ah -dice Lobo mirando por la ventanilla.

-Ah -dice Winny que no quiere ser menos.

 -Otros leen para saber más cosas –continúo.

-¿Leen enciclopedias? –pregunta Lobo.

-Debieran –esto, no sé quien lo dice.

 -Otros buscan “el libro” –continúo, aunque empiezan a bostezar.

-¿Es que solo hay un libro? –dice Winny con pereza.

-Si te asomas a un libro y te parece un espejo, ese es EL LIBRO. Te reflejas en él, habla de ti, aunque use otros nombres, otros lugares, otros tiempos, otras vidas. Entonces te ves desde fuera y te entiendes un poco. Te das cuenta de que dice lo te pasa a ti con las palabras que tú andabas buscando hace mucho. Ése es TÚ LIBRO.

-¿Tú lo has encontrado? –dice Winny.

-No se encuentra nunca.

-No te entiendo.

-Nunca darás con él, pero irás encontrando pistas, esperanzas, que te harán seguir leyendo e ir encontrando trocitos, muestras, algo de él en otros libros. Pero el libro que quieres llegar a leer está dentro de ti y lo vas haciendo tú a partir de lo que te vas guardando de otros por el camino.

 Hago una pausa, para escuchar sus “ah”, pero ni eso. Este último párrafo ha sido demasiado denso para su capacidad de atención. Escuchar también cuesta.

Ni la pregunta parece ya escucharme. Por eso no llego a decirles, que también hay libros pesados como ladrillos que carecen de alma y que no dicen nada y si te alcanzan te duele la cabeza y que, más que entretener, despistan. Se lo diré otro día... bueno, no creo que sea necesario, desgraciadamente ya lo descubrirán ellos solitos si es que se deciden a leer. ¡Ay, leer es tantas veces apartar ladrillos!

 

-Suena bien eso de leer –dice, al rato, uno de los dos tratando de quedar bien.

-Sí, eso de leer, suena bien –dice el otro para no ser menos.

-A ver si mañana tengo un rato y lo intento yo solo –dice Lobo olvidando que para leer hay que saber leer.

-Eso, yo también leeré un intento sólo mañana –dice Winny.

 

Doy por zanjado el tema sin preguntarle a la pregunta si estoy libre. Todo el mundo sabe que es de mala educación preguntar a una pregunta.

Me absorbe el trayecto hasta que no me queda más remedio que decirlo:

-Amigos, tengo que devolver el vehículo.

-¿Se nos acaba la gasolina?

-No, el plazo. Eran quince días. No quiero llegar tarde al bibliobús para que Jesús no se enfade (aunque no es de los que se enfadan).

-¿Me renovarás? –pregunta el lobo feroz, mientras Winny persigue a una abeja para ver donde tiene el panal.

-Lobo, a ti no te hace falta libro.

Sonríe. Él como nadie sabe que también hay libros que se leen con las orejas. Lobo recuerda perfectamente todos los años que vivió entre los labios de las abuelas y los oídos de los niños antes de que los libros contaran su mal encuentro con aquella niña. Le sonrío y los dos decimos al unísono: “La literatura también viaja en el viento”. Salgo de la lectura y cierro la puerta del libro.


 

[1] Cuando decimos Winny de Puh hablamos del personaje original de A. A. Milne. Con Winnie de Pooh nos referimos a cualquiera sus almibaradas secuelas.

 

 

 

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