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La narración en la soledad del pub concurrido.
(junio/septiembre
2003)
Cuando uno se dispone a contar cuentos
para adultos puede que se encuentre en un pub y si es así
seguramente habrá caído la noche. Estas circunstancias, unidas a
otras como la ingesta de alcohol por parte de los que viven cerca y
no tienen que conducir hacen de la narración en locales y/o tugurios
nocturnos una activad bonita y peligrosa y que gusta realizar porque
parece un poco underground y a veces puedes ligar (si la sesión sale
bien y eres soltero y agraciado) y así intentar olvidar, sin
conseguirlo, aquel amor verdadero que decidió dejarte un día en las
lindes de una carretera poco transitada, cerca de donde vive la
tristeza.
Se dice, y es una opinión que yo comparto, que realizar sesiones de
cuentos en café-teatro ha servido para acercar esta actividad al
público más reacio a visitar otras salas culturales de aspecto más
serio y circunspecto. Sin embargo no debemos olvidar que los
espacios culturales (tales como salas de cultura, teatros y demás)
se crearon buscando las condiciones óptimas para desarrollar las
artes escénicas. Si bien es cierto que aun así no siempre las
reúnen, no dejaremos de advertir que los bares se hicieron para lo
que se hicieron y que existen ciertos peligros en la confluencia de
intereses.
Hay distintos tipos de monstruo que acuden a una sesión de cuentos:
1.- Monstruos que disfrutan en las sesiones de
cuentos.
1.a.- El monstruo del aire acondicionado.
Es un espectador incondicional. Vive en el aparato del aire
acondicionado, de ahí el nombre. Es inofensivo y se alimenta del
humo que vierten los espectadores con sus cigarrillos. Lo único malo
es que hace mucho ruido al tragar. Aunque puede pasar desapercibido
la mayor parte del tiempo, todo el mundo emitirá un suspiro de
alivio cuando cese su actividad. La voz del narrador llegará mejor a
los oídos de sus incondicionales
1.b.- La ingrata cafetera (es una
especie en peligro de extinción pero que aún pervive)
Bien porque la cafetera disfruta tanto del desarrollo de los
cuentos que no puede evitar en algún momento que se le escape un
silbidito, bien porque la persona a cargo de ella no tiene educación
o porque está presionado por unos jefes que no tienen miramientos,
todavía hoy se escucha el calentar de la leche de algún cortado o
con leche en medio de un cuento, cosa que pone caliente, pero de
otra manera, al narrador.
2.- Monstruos que no se sabe si disfrutan o no de
los cuentos.
2.a.- Persona alcoholizada.
Si hay un sitio interesante para una persona que tiene la intención
de seguir ingiriendo alcohol (ya sea porque lo hace habitualmente o
porque de repente se encontró con que la persona que amaba más que
nada en el mundo, y que aún sigue amando por encima de todas las
cosas, ha decidido seguir su vida sin uno) es un bar. No vamos a
entrar en consideraciones éticas, pero sí en decir que los síntomas
pueden resultar molestos al narrador que deba lidiar a una persona
con tono alto de voz y cierta propensión a descubrir su vocación por
lo artístico en medio de la narración de un cuento, en clara
competencia con la persona que fue contratada para contarlo.
Sin duda aquí los dueños y dueñas de los bares tienen un papel
decisivo, ya que conocen a las personas que habitualmente tienen
esta afición y saben como contenerlos. También el narrador puede
evitar que le estropee del todo la sesión y salvar más o menos la
situación, pero la ayuda exterior es determinante en este caso:
Amigos y amigas de los narradores y las narradoras, no duden en
echarle un cable de una manera discreta.
3.- Personas que disfrutan con los cuentos
infantiles pero no comprenden los cuentos para adultos (o niños)
Por la noche en los bares se cuentan pocos cuentos edificantes para
los niños, por eso nunca entenderé por qué éstos siguen apareciendo
en estos lugares si en ellos son tan inoportunos como los hongos en
los pies.
Es evidente que por varios motivos, porque es tarde y tienen sueño,
porque no comprenden lo que se cuenta pero sobre todo porque, aunque
se sobreentiende que si sus padres les llevan a los cuentos es
porque después hablaran con ellos (y antes también) y que puedes
decir lo que quieras y como quieras, hay cosas que pueden herir no
tanto la sensibilidad del niño (aunque también) como la de personas
que saben que hay niños y se sienten mal de que escuchen ciertas
cosas de ciertas maneras. No sé si me he explicado.
Otro de los grandes enemigos: el ruido.
Sobre el ruido déjenme aclarar, antes de nada, una cosa: Hay veces
que se nos propone usar megafonía porque hay ruido, pero todos
sabemos que cuando hay ruido lo que se necesita no es un micrófono
sino el silencio. Además, mi compañero Félix (el de la barba) dice
que la megafonía hace la voz más fría y nos aleja de nuestros
parroquianos.
El ruido puede provenir tanto de objetos
inanimados como de otro tipo de objetos. Los objetos
inanimados no tienen alma pero si capacidad de producir sonido.
Algunos ejemplos son: Un hielo golpeando el fondo de un vaso; muchos
hielos golpeando los fondos de muchos vasos (al mismo tiempo o
conformando una bonita e inarmónica melodía); cajas registradoras
con vocación de ametralladora. También es muy sonora la vajilla,
pero sólo si se la manipula, es decir, la vajilla, como el resto de
los objetos inanimados que he mencionado hasta ahora hacen ruido
cuando no se les deja en paz, que por otra parte es lo mejor que se
puede hacer con ellos si en la misma estancia que están ellos hay
alguien durmiendo la siesta o se desarrolla una sesión de cuentos.
He querido dejar para el final a los enemigos naturales del
narrador: Los teléfonos móviles.
Aunque nos vendieron otra cosa, los móviles fueron creados para
distorsionar las artes escénicas. Parece más fácil apagar un
teléfono móvil que un amor esquivo que te bullirá en el corazón para
toda la vida, pero no debe ser así. Por mucho que el público intente
apagar todos los teléfonos que portan consigo, es tan inmenso el
arsenal, que no es posible. Permítanme un consejo: no usen la
violencia contra el dueño o la dueña del teléfono que suena mientras
se oye de fondo esa canción que dice “Uy, pensé que lo había
apagado”.
Para seguir terminando, quisiera reflejar lo más intolerable que he
vivido como narrador: la presencia de trabajadores de la hostelería
que transitan la sala mientras se desarrolla la sesión o dicho de
una manera menos tonta: Hay camareros que tienen orden de seguir
sirviendo copas o incluso cenas durante la contada, pasando por
entre las mesas y lo que es peor, entre las personas que hay
sentadas en las sillas próximas a ellas.
Debemos tener en cuenta que nuestra actividad se desarrolla en los
locales nocturnos porque es lucrativo para ellos y por tanto también
para nosotros. Pero hay que llegar a unos mínimos comunes. Lo normal
es que la sesión cuente con un descanso en medio para permitir
(incluso animar a veces) las consumiciones. Esto se hace como
contrapartida a que mientras no sea el tiempo del descanso nuestra
actividad será respetada.
Lo normal es que si se habla con el gestor de la sala, nuestra
solicitud sea atendida. Y si no lo es, desde mi modesta opinión, se
puede pasar a la exigencia.
Todos estos detalles son, en su mayoría, fruto de la novedad del
desarrollo de esta actividad en estos espacios. Por ello el grupo
Albo desde este modesto púlpito y desde la modestia de su voz, fruto
de su modesta experiencia, propone la tolerancia como actitud más
constructiva. Pero no una tolerancia permisiva que perpetúe estos
inconvenientes que hemos mencionado. Se debe luchar para que las
condiciones en las que se desarrollan las sesiones de cuentos sean
las adecuadas. Si no lo hacemos, corremos el peligro de que se
considere una actividad de segunda que se puede hacer de cualquier
manera.
En definitiva la narración oral en locales nocturnos es una
actividad que merece la pena vivir como narrador y como público y
por eso proponemos cuidarla si no queremos que nos pase como con el
lince ibérico.
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