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Segundo Maratón de Cuentos Biblioteca Insular
(junio/septiembre 2002)


Aquella mañana me levanté como todos los días, sólo que un poco más temprano. Acudí raudo e ilusionado a mi encuentro con Juanjo. Juanjo y yo nos conocimos el 8 de mayo de 2002, miércoles para más señas y a las 6.30 de la mañana para más Inry (hora peninsular). Fue una de esas citas a ciegas que se hacen por teléfono. Nuestro encuentro fue breve y funcional. Subimos en un coche blanco, cargado con un maleta roja en la parte de atrás y una bombilla verde en la de arriba que pareció fundirse al verme. Ya en el aeropuerto, Juanjo se despidió amablemente tras darme la vuelta a mí y al cartelito de ocupado y me dejó en las manos de Félix.
Félix no es taxista, pero también suele conducir cuando vamos juntos en un coche. Esta vez no conduciría él porque los aviones todavía no se le dan muy bien, a pesar de que su padre les arreglaba las tripas y como secuela se le ha quedado la ilusión por los aeropuertos, en los que disfruta como nadie con trasiego de las máquinas y las personas.
Félix es mi compañero de cuentos y de vida, válgame la redundancia. Somos un matrimonio que no consuma el matrimonio. Hace más de una década que no me lo quito de encima, ni falta, y quizás ya al andar se me haya pegado ese cierto acento de mundo que destilan las personas que, como él, han vivido en tantos sitios, han conocido a tanta gente y al final acaban por terminar, no en el sitio que la vida les tenía preparado, sino donde ésta les perdió la pista. Quiero decir que se me notaría cierta cojera si no lo tuviera de compañero, como se les nota a los viejos que quizá pudieran andar sin bastón, pero no quieren.
A mí me asusta viajar en avión si voy solo. Así que cuando cojo un avión procuro que esté Félix cerca. Tampoco me gusta hacer sesiones de cuentos solo.
Viajar a Canarias es divertido porque, cuando llegas, el viaje a durado una hora menos, si me perdonan el tópico. Parece ser que al archipiélago el nombre le viene de la palabra can. Debió haber una especie de perros algo rara que la hizo peculiar. Antiguamente sólo los perros de Canarias tenían la particularidad de distinguirse por sus tonos anaranjados y amarillos, por emitir un ladrido agudo, armonioso y alegre y por revolotear. A la península los exportaron como pájaros en jaulas. Por eso en la península los perros que no son canarios son los mejores amigos de las personas, pero los canarios en cuanto tienen ocasión salen volando, tratando de volver a su isla. Eso les pasa también a las personas canarias, a juzgar por lo que nos contaba Antonio López, que es canario y aunque no tiene tonos anaranjados, sabe hacer volar a las personas por medio de sus narraciones. Quiero decir que en cuanto pueden se vuelven a su isla, pero no porque no sean buenos amigos de las personas, créanme, sé bien de qué les hablo.
En la isla de Gran Canaria hay una ciudad que a parte de canarios tiene dos ranas. Es la capital: las Palmas de Gran Canaria. Una rana es la del cartel de la II Maratón de Cuentos Biblioteca Insular, y la otra, la de la maratón viajera, que va en avión. Normalmente están tirándose chorros de agua la una a la otra, en una fuente, al lado de la Biblioteca Insular, que es la que tuvo el gusto de invitarnos a estos eventos a Félix (ya saben el que disfruta en los aeropuertos) y a mí, que por cierto no me presenté aún: me llamo Pablo.
Las maratones de cuentos son una cosa que dura muchas horas y que si intentas verla entera te mueres. Te mueres por lo largo y porque hay gente que es un coñazo, que se alarga demasiado, que lee en vez de narrar, o que habla del tormento de la vida atormentada en vez de contar cuentos. Afortunadamente son los menos. Por lo general también dejan espacio que se vean cosas bonitas. Me gustan porque la gente que no se dedica a la política participa desinteresadamente. También son una fiesta de la palabra, y si te invitan a una fiesta te alegras. Félix y yo nos alegramos de que nos invitaran a su fiesta.
En Canarias a las personas de la península nos llaman godos, a veces. Félix y yo éramos godos y allí nos encontramos con tres más:
El día anterior, coincidimos con Pep Bruno, que daba un curso sobre las estrategias de narración oral y de animación a la lectura. Pep Bruno es narrador porque cuando te habla te mira a los ojos y dice las cosas que piensa, sin cuentos. Y porque cuando cuenta cuentos también te mira a los ojos y te dice las cosas que piensa, aunque en este caso con cuentos.
No tardó en llegar Rodorín, que hace títeres. Yo a Rodorín sólo le vi contar un cuento, aunque contó muchos más. Le vi con sus marionetas, sacándolas de una maleta y haciendo adivinanzas y tomándonos el pelo. Lo que hacía era tan sencillo que parecía fácil copiarlo. Me da la impresión de que hace falta mucho ingenio para que algo parezca tan sencillo, directo y eficaz como un cerdo con dos guantes de goma o una ballena con una cámara de bicicleta. Rodorín me enseñó que un huevo más otro huevo son un huevo más gordo y que se puede contar el cuento de la ratita presumida con campanillas. Gracias. Además lo demuestra en un libro para el que le deseo la mejor de las venturas.
Por la noche coincidimos con Jose Mari Carrere, que es vasco pero parece mosquetero y cuenta para adultos y dice mucho polla y follar cuando cuenta y otras cosas, claro, y nos morimos de risa. Tiene un estilo abierto y desenfadado que parece no dar importancia a lo que hace cuando narra, que pasaba por allí y que te cuenta su vida. Y a veces es cierto.
Esa fue la invasión de los godos, cinco, que en este caso no eran reyes. Los narradores canarios ya estaban allí y no tuvieron que invadir nada. Allí estaban Antonio López, a quien mencioné antes, aunque no dije que llevaba una maleta con un faro y que nos encandiló a todos con la ternura que sólo él sabe hilar con sonrisa picarona; Ernesto Rodríguez que a veces cuenta acompañado por una guitarra y esta vez contó sin guitarra, sólo con la melodía de sus palabras y le sobraba, el Taller de Juglares a quienes deseamos un buen camino, y Clara Jarboles, Pepa Aurora, Elena Castillo con las que tuvimos la desgracia de coincidir poco.
La maratón viajera, consiste en llevar los cuentos por el mundo. Primero nos llevaron al Hogar de Ancianos Nuestra Señora del Pino. Y estuvo bien. Aunque las personas mayores no suelen ser un público fácil para los cuentos, en esta ocasión, disfrutamos juntos. También estuvimos en una cárcel, en un teatro y en un centro de acogida de menores. A los cuentos lo que mejor les va son los teatros, aunque a las personas que están en la cárcel les puede venir un poco mal acudir a ellos y por eso no nos importó ir. Además, fueron un público muy agradecido. La experiencia nos dejó un grato sabor de boca. Por lo que me gustaría animar a que se promovieran más experiencias de este tipo. Por cierto, sería más agradable ir a contar cuentos a las cárceles si las puertas no hicieran tanto ruido cuando se van cerrando tras de ti.
Yo quiero agradecer a todos la estancia, las papas arrugas con mojo picón y pedirles que nos perdonen por haber estado haciendo bocetos para este retrato mientras ellos no sabían nada.
Gracias a la organización por el buen trabajo desarrollado, por la acogida, por el calor, que no hizo mucho del sol, pero sí de las personas y por la ilusión. Y es que, es de todos conocido que la ilusión ni se crea ni se destruye, sólo se contagia y nosotros vinimos contagiados, muy contagiados. GRACIAS.


 

 

 

 

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